Juanoso
era un gusanito de ojos azules y saltones. Destacaba por ser alegre, juguetón y
aventurero.
Vivía
feliz con sus padres y sus hermanos entre las hojas de un frondoso álamo blanco
en un hermoso bosque.
Contaba
los amigos a docenas: la más insignificante lombriz pasando por orugas, libélulas,
urogallos, águilas reales… todos querían a Juanoso.
Como era tan travieso, continuamente
se metía en líos. Y allí estaban sus amigos dispuestos a sacarlo de algún
atolladero. Para él no había imposibles. Siempre andaba de acá para allá
buscando aventuras.
No conocía el peligro. Su
afán era saber qué habría detrás de aquella montaña que divisaba desde lo más
alto de su morada.
Una noche, cuando todos
dormían decidió que había llegado la hora de cumplir su sueño.
Intentando no hacer ruido,
se deslizó por el tronco del álamo que se despertó sobresaltado e increpó al
sigiloso bichito, que cogido en falta apresuró el paso.
-¿Qué crees que estás haciendo, Juanoso? ¿Cómo osas molestarme a estas horas de la noche? -vociferó el álamo moviendo todas sus ramas.
-¿Qué crees que estás haciendo, Juanoso? ¿Cómo osas molestarme a estas horas de la noche? -vociferó el álamo moviendo todas sus ramas.
-Per… perdón, se… señor
álamo, sólo… sólo quería… quería, dar un paseo.
-¿A estas horas de la
noche? ¡Y con lo oscuro que está, ¿no ves que te puedes perder? Bueno, ve, ve,
pero vuelve pronto, y procura no molestarme cuando regreses.
-¡Sííí, hurra! Se dijo a sí mismo el intrépido gusanito mientras seguía emocionado su camino.
-¡Sííí, hurra! Se dijo a sí mismo el intrépido gusanito mientras seguía emocionado su camino.
Juanoso, se internó de nuevo en el
bosque mirando hacia las hojas del álamo donde dormía su familia a pierna
suelta. En el fondo, le daba pena dejarlos, pues no sabía cuándo los volvería a
ver pero, decidido como estaba a cumplir su sueño, comenzó a caminar por el
sendero que lo conduciría a la lejana montaña.
Llevaba un largo trecho de
camino recorrido, cuando empezó a notar que unos ojos lo observaban. Apretó el
paso, pero siguió notando esa presencia extraña. Mientras más se alejaba de su
árbol acogedor y de su familia, más cercana sentía aquella penetrante mirada.
Juanoso, que siempre
presumía de valiente, empezó a saber lo que era el miedo. Miraba de un lado a
otro arrepentido ya de haberse escapado. Y, cuando dudaba de si seguir adelante
o volver sobre sus pasos, sintió un ruido espantoso. Un aire huracanado que lo
arrastró fuera del camino. Y de pronto, ante él, apareció un personaje al que
nunca había visto antes, y que lo miraba fijamente.
-¿Tú, tú, quién eres? -se
atrevió a preguntar Juanoso tartamudeando.
-Yo soy el búho Nicanor - le contestó aquel fabuloso personaje.
-¿Y dónde vives? -pudo balbucir el asustado gusanito.
-Yo soy el búho Nicanor - le contestó aquel fabuloso personaje.
-¿Y dónde vives? -pudo balbucir el asustado gusanito.
-Allá lejos, entre las rocas de aquella
montaña. –afirmó el búho.
- ¿Y por qué estás tan lejos de tu casa? –quiso saber Juanoso.
-Porque busco comida para mis polluelos. –Le informó Nicanor
-Y… y, ¿qué comen tus hijitos? -le preguntó el pequeño gusano temiéndose lo peor y empezando a temblar.
-¡Tiernos gusanitos! -exclamó el búho haciendo un gran ruido con las alas y mirándolo fijamente.
- ¿Y por qué estás tan lejos de tu casa? –quiso saber Juanoso.
-Porque busco comida para mis polluelos. –Le informó Nicanor
-Y… y, ¿qué comen tus hijitos? -le preguntó el pequeño gusano temiéndose lo peor y empezando a temblar.
-¡Tiernos gusanitos! -exclamó el búho haciendo un gran ruido con las alas y mirándolo fijamente.
- ¿Quieres venir conmigo?
¡Eh... eh! ¿A dónde vas?
-Yo… yo, a mi casa dijo Juanoso echando a correr. El gusanito no paró de correr hasta que se metió en la cama con sus hermanitos. Se prometió no salir nunca más solo por las noches. “tiempo tendré cuando me haga mayor”, pensó arrepentido de su corta escapada.
-Yo… yo, a mi casa dijo Juanoso echando a correr. El gusanito no paró de correr hasta que se metió en la cama con sus hermanitos. Se prometió no salir nunca más solo por las noches. “tiempo tendré cuando me haga mayor”, pensó arrepentido de su corta escapada.
Mientras, el búho Nicanor se
regocijaba en la rama de una vieja encina taladrando la noche con sus hermosos
ojos muy abiertos.
Rosario, bonito cuento y edificante moraleja.
ResponderEliminar¡Me encantan los poemas y cuentos infantiles!
Muy bonito cuento Rosario, no conocía esta página pasaré por aqui alguna que otra vez, para contarle tus cuentos a mi sobrina.
ResponderEliminarBesitos :))